No puede ni quiere ocultar su felicidad. Está feliz Flavia Radrigán. Se ve radiante, sus ojos transmiten esa emoción. “Estoy muy contenta con el lanzamiento de este libro, porque tenía muchas ganas de volver a la narrativa, aunque el teatro es una gestión más colectiva y el cuento es más solitario, fue como volver a mis orígenes”. Recuerda que como muchas adolescentes empezó a escribir poesía cuando se enamoró y le escribía al amor, a ese primer amor genuino, ingenuo y casi platónico. “Mi padre escribía cinco horas diarias sin importar a la hora que llegara. A escribir se aprende lo que diferencia a los escritores es el estilo, la enjundia como le dicen”. Y está tan segura que pone un ejemplo. “Es como dibujar, dibujar es matemático se puede hacer, uno sabe dónde van los ojos, la nariz, la boca, si uno practica todos los días lo puede hacer, finalmente vas a conseguir un buen dibujo, pero que ese dibujo tenga la fuerza, eso es lo diferenciador”.
Con esa misma seguridad, recuerda cómo se enamoró de los libros y aprendió a quererlos hasta el día de hoy a través de su padre, el connotado dramaturgo Juan Radrigán, con quien pasaba horas encuadernando, pegando y queriendo a los libros, como dice ella. “Mi padre nos transmitió desde muy chicos a mí y a mis hermanos, el interés y el amor por el arte, el teatro siempre estuvo presente en nuestra casa, nos llevaba al cine todos los fines de semana, yo escribía con mi papá y además lo pasaba muy bien, era muy entretenido, fui a todos sus talleres, a veces los hacíamos juntos y lo pasábamos bien. Fue un proceso de aprendizaje enorme de mucha complicidad y cariño”.
Sobre su proceso creativo confiesa cuáles son los argumentos sobre los que le gusta escribir. “A mí me mueven los temas que son considerados como pequeños, por ejemplo, cómo sobrevive una mujer en su diario vivir, para muchos puede ser irrelevante pero esa fuerza que traemos las mujeres me sorprende y me conmueve mucho”.
Así surgió “Otros fuegos ardían” este libro de cuatro cuentos en donde Lucía, Nelly, Isabel y Albertina, son las protagonistas. Con el estallido social como telón de fondo, estas mujeres viven su propio estallido de emociones, de recuerdos, de fuegos, en donde cada una de ellas representa de alguna manera a todas esas mujeres que viven en la precariedad emocional, cultural y económica.
En palabras de la autora: “Son cuatro cuentos que llevan nombres de mujer y ocurren en forma paralela al estallido social. Quería indagar en las revueltas internas que sucedían en las casas, que no se refería a la revuelta política exclusiva, sino a la crisis personal. Creo que lo que cruza estos cuatro relatos es el impulso, la energía visceral que mantiene a estas cuatro mujeres de pie. Luego los fui adaptando a la revuelta que se vivía en las calles como una especie de pie forzado. Quizás por eso resultó como si fueran un rompecabezas que parece llevarnos a otra parte, pero que terminó por reubicar a los personajes frente a su propia realidad”.
Esta tremenda autora dramática, dice que lo que más le gusta de escribir para teatro son las reuniones de trabajo con el director con los actores. “Me gusta esa gestión colectiva del teatro, en donde todos dan su opinión y hacen su aporte al texto, de esta forma, la obra crece, es un proceso muy enriquecedor y del cual disfruto mucho”.
Desde 1999 imparte clases de dramaturgia y de apreciación del arte. “Me gusta mucho el contacto con los jóvenes, porque ellos te ayudan a tener la visualización de los nuevos referentes, es una retroalimentación constante, lo cual es muy bueno”.
Agrega que le hubiese gustado dedicarle más tiempo a la escritura, pero en este país no se puede vivir sólo del arte. “Muchos artistas terminan a puro ñeque, porque son valientes, porque son apasionados y les gusta lo que hacen. A lo largo de mi vida profesional he conocido gente fabulosa, verdaderos animales del arte que se entregan en un cien por cien, pero no encuentro que sea justo, ya que todo trabajo debe ser remunerado”
